miércoles, 5 de marzo de 2014

Cómo favorecer el desarrollo social y afectivo de nuestros hijos/as

Antes de profundizar en claves o estrategias concretas para favorecer el desarrollo socio-afectivo, es conveniente que se explique qué entendemos por este término y el porqué de la importancia de su educación desde casa.

Cuando hablamos de desarrollo socio-afectivo estamos haciendo referencia a las capacidades del niño/a de relacionarse con los demás, adaptarse al entorno social donde vive, reconocer sus propias emociones, expresarlas de forma que los demás le entiendan, reconocer las emociones en los otros, actuar de forma consecuente a ellas y gestionar sus emociones, como la frustración, ansiedad, miedo o alegría.

Esta educación, desde mi punto de vista, es igual de importante o más que la educación académica. Me explico mediante algunos ejemplos. Imaginemos una joven que ha pasado el último año estudiando todos los temas necesarios para presentarse a unas oposiciones, con una memoria impresionante y una disposición para el estudio muy buena. Sin embargo, cuando llega la fecha del examen, entra por la puerta del aula donde debe realizarlo, contempla el barullo de gente que se presenta, se sienta en su sitio y comienza a bloquearse y sentir ansiedad ante la situación, de forma que cuando le ponen el examen delante es incapaz de plasmar en él todo lo que sabe o incluso se pone tan nerviosa que decide abandonar.

Como podéis ver, en este caso la capacidad intelectual y la habilidad académica no ha sido suficiente para afrontar con éxito esta situación. Sin embargo, otro alumno/a más mediocre, pero con capacidad de gestionar y controlar las emociones que le inundan en ese momento crucial de su vida, sacará más partido del examen, plasmando su calma y conocimientos más bien explicados y expuestos que los de la otra estudiante del ejemplo. Por lo tanto, estaremos de acuerdo en que la inteligencia emocional y esta capacidad de gestionar y reconocer las emociones son una parte importante para el desarrollo y el éxito.

Imaginemos ahora a un alto ejecutivo que llega a una gran multinacional avalado por sus brillantes notas durante su licenciatura y con varios máster. Si este alto ejecutivo es incapaz de gestionar los conflictos que surgen entre sus subordinados, no responde de forma respetable a sus compañeros, no sabe resolver las disputas y genera tensión entre las personas que le rodean debido a sus escasas habilidades sociales y su escasa capacidad para reconocer las emociones y las necesidades de los demás, dudo mucho de que su duración en el cargo que ocupa sea muy prolongada.

En ambos ejemplos estamos ante personas muy bien formadas académicamente, pero no muy sanas en sus emociones y habilidades para las relaciones sociales, que le suponen una barrera para alcanzar los objetivos que se plantean.

Si estamos de acuerdo en que fomentar el desarrollo social y emocional de nuestro hijo o hija es importante, podemos continuar con una serie de claves para contribuir al su mejora.

  •  Somos modelos para nuestros hijos/as.

La primera clave es reconocer que somos modelos para nuestros hijos/as. La forma en la saludamos a una persona cuando nos la encontramos por la calle, las muestras de afecto que le dediquemos, la forma de responder respetuosamente, expresar nuestro disgusto ante alguna expresión o palabra con la que no estemos de acuerdo o nos moleste, etc. todo ello lo absorben los niños/as. Somos sus referentes, y la forma en la que nos comportemos en nuestras relaciones sociales serán imitadas por ello posteriormente en sus relaciones con sus compañeros, tanto en el centro educativo como fuera de él.

La forma en la expresemos nuestras emociones en casa, la muestras de afecto a nuestra pareja, la forma en la que reaccionemos a sus críticas, ya sea de forma sumisa, agresiva o respetuosa, etc. serán también cogidas como modelo para sus relaciones con los compañeros por los niños/as.

En el refranero popular hay una expresión muy común que en este momento viene como anillo al dedo, este refrán dice simplemente: “de tal palo, tal astilla”, y es que realmente es así, nuestros hijos/as acaban comportándose en función de los modelos a los que se exponen, es decir, en la mayoría de las ocasiones a sus padres o madres. Por lo tanto, si se quiere que nuestro hijo/a aprenda habilidades sociales y emocionales debemos exponer ante ellos ejemplos de habilidades sociales y emocionales adaptativas que le permitan desenvolverse con éxito en las distintas situaciones que se les presente.
  • Espacio/tiempo de comunicación afectiva.

Es recomendable dejar un momento determinado del día para hablar con nuestro hijo/a, en un ambiente calmado, sentado en el sofá por ejemplo, quizás con contacto físico con él, como caricias al pelo o abrazado según la edad. Solo para hablar, no para jugar de mientras ni nada, sino que la actividad sea hablar.


Durante este periodo de comunicación no preguntar exclusivamente ¿qué has hecho hoy?, sino también preguntar ¿cómo te has llevado con tus compañeros? ¿Algún problema? ¿Cómo lo solucionaste? En este momento le podemos proponer soluciones alternativas a la que él realizó. Parece una tontería, pero esto le permite valorar que hay otros puntos de vista de los problemas, diferentes formas de resolverlos con consecuencias diferentes, ayudando a percibir el punto de vista de los demás y a pensar antes de actuar en las consecuencias que le puede plantear tal o cual conducta, venciendo poco a poco el egocentrismo infantil. Esta capacidad de empatizar con los demás es muy importante para la gestión y autocontrol emocional.

Además de estas preguntas, es recomendable incidir en otra como ¿cómo te sentiste? A través de ella le obligamos a pensar en las emociones, a intentar discriminarlas, reconocerlas y cómo le han afectado en la situación. Capacidades que como dijimos anteriormente son básicas para el desarrollo emocional sano.

Además debemos reconocer el potencial de hablar de nuestras emociones como labor canalizadora, con el fin de aliviarnos y desahogarnos. Hay una cita del cuento de Robin Hood, donde el propio protagonista dice a uno de sus seguidores: “habla libremente y revélanos tus cuitas. El fluir de las palabras apacigua el corazón de quien sufre, es como abrir las compuertas cuando el embalse amenaza con desbordarse”, mostrando lo que aquí venimos diciendo, la importancia de hablar de sentimientos y emociones.

Con estos momentos estamos entrenando a nuestros hijos es salud emocional, expresión de emociones, reconocimiento, etc, habilidades que si no se entrenan corren el riesgo de no aprenderse.  

  •  Importancia del juego.

Durante el juego los niños/as tienen la capacidad de imaginar situaciones en las que son desde profesores/as hasta astronautas, y ponen de manifiesto, además de una impresionante imaginación, determinadas expresiones emocionales, comportamiento o problemas que deben resolver durante el mismo.

La gestión de las diferentes situaciones que se le plantean durante el juego puede ser un vehículo fundamental para el aprendizaje del niño/a de habilidades emocionales. Lo expongo mediante ejemplos que nos darán a entender el potencial del juego para el desarrollo emocional de nuestros hijos/as.

Imaginemos que jugamos con nuestro hijo/a a los maestros/as en casa, y en un momento nos dice “pues ahora yo estaba enfadado porque no me salía el problema de matemáticas”. Nos encontramos ante una situación imaginaria en la que el niño/a nos presenta un problema que habrá que afrontar. Ante esta situación le decimos: “no te preocupes, tienes que intentarlo de nuevo, tu eres muy inteligente y te saldrá”, el niño/a ante estas palabras vuelve a intentarlo y simula lo bien que le ha salido.

Imaginemos ahora que nuestro hijo/a encuentra, algunos días después una situación similar en la vida real, durante su clase de matemáticas, y viendo que un problema no le sale bien, recuerda las palabras de su padre o madre diciéndole lo listo que es, ¿qué creéis que hará? Probablemente lo intentará hasta que consiga resolverlo con éxito.

Parece una situación un poco tonta, pero debemos saber que la motivación se aprende. Los niños/as no saben motivarse a sí mismos para continuar y persistir en una tarea y revolverse ante la frustración que le puede suponer no alcanzar sus objetivos. La motivación la aprenden primero desde fuera, por lo tanto los padres deben actuar ante situaciones de este tipo como si sus hijos/as fueran buzones, donde de vez en cuando hay que meter cartas donde pongan frases de ánimo que el propio niño/a con el paso del tiempo vaya interiorizando y aprenda a decírselas a sí mismo cuando se encuentre ante momentos que minen su moral.

Pensemos en el ejemplo contrario, ahora nuestro “niño-buzón” solo ha recibido palabras del tipo, “este niño es tan melón como su padre”, “eres muy torpe”, “con esta actitud no llegarás lejos” etc. que le han ido introduciendo tanto padres, como profesores y compañeros a lo largo de su etapa escolar. ¿Cómo creéis que se enfrentará este alumno ante el mismo problema de matemáticas? Claramente justificará su falta de éxito por las razones que ha ido aprendiendo.

Por lo tanto, durante el juego se pueden transmitir valores, emociones y patrones de automotivación que favorecen el desarrollo emocional del niño/a, además de tener numerosas capacidades potenciales.

  •  Casas democráticas.

En las casas deben existir unas normas claras que los niños y niñas deben cumplir y que dependiendo de su edad pueden ir desde hacer la cama y recoger la mesa, hasta dedicar al menos algunas horas al estudio diarias.

Estas normas deben ser claras y precisas, y nos debemos asegurar que los niños/as las entienden y se comprometen con su cumplimiento. Este compromiso es fundamental, ya que puede ser que el niño reconozca las normas, pero decida saltarlas. Para evitar problemas de este tipo puede ser recomendable la construcción democrática de estas normas, donde la participación del niño/a sea tenida en cuenta y se valoren sus aportaciones. De esta forma se sentirán parte de las mismas y no como algo que se les ha impuesto necesariamente desde fuera.

Además de esta forma de elaborarlas, debemos tener en cuenta que estas normas deben ser expuestas en forma positiva del tipo “se hace tal cosa” y no “prohibido hacer tal otra” y se prestará atención a que sean lo más concreta posible, huyendo del típico “pórtate bien” que puede confundir al niño/a preguntándose qué es portarse bien en la situación en la que se encuentran en cada momento.

Aclarar qué comportamientos concretos son los esperados por el niño/a en la situación en la que se encuentra puede ser positivo para que el niño/a vaya aprendiendo que su comportamiento y manifestaciones emocionales deben ajustarse a las características de cada situación, mejorando significativamente sus capacidades de adaptación.
  • Prestar atención a los comportamientos aceptados.

Muchas veces los padres pecamos de prestar excesiva atención a aquellos comportamientos de nuestros hijos/as que desaprobamos o consideramos molestos. Por ejemplo, llamamos la atención de nuestro hijo/a, exigiéndole que debe de hacer ruido porque queremos escuchar una noticia que están dando en este momento en la televisión, o que deje de desordenar la habitación que estaba tan bien ordenada anteriormente. Sin embargo, curiosamente no se suele llamar la atención, ni dar elogios o halagos a nuestros hijos/as mientras realizan un comportamiento que consideramos adecuado, como realizar sus tareas solo, jugar tranquilamente y ordenar su habitación después de jugar. Es muy común decir a nuestra pareja mientras el niño/a realiza estas actuaciones “deja a niño/a tranquila ahora que esta callado váyase que lo alteres”, cuando debería ser justo lo contrario. Es en estos momentos cuando debemos prestar atención a nuestro hijo/a y reforzar su comportamiento, con el propósito de que se consolide como habitual y vuelva a repetirse en el futuro. Para reforzar estos comportamientos debemos pararnos un momento y elogiar el comportamiento que está llevando a cabo y halagar su actitud. Con estas acciones el niño/a se siente reconfortado y cada vez que quiera elogios y necesite halagos acudirá a estas acciones que saben que nos gustan y que elogiaremos.

Mediante estas acciones mejoramos el comportamiento de nuestros/as hijos/as a la vez que favorecemos un desarrollo de la autoestima adecuado.

Quizás este fenómeno se produzca porque damos por entendido que son las normas y que los niños/as deben realizarlas sin esperar nada a cambio. Esto es un error muy común, sin embargo no nos paramos a pensar que el niño/a está aprendiendo continuamente y que igual que aprende matemáticas, lengua o inglés debe aprender actitudes sociales y emocionales que le serán muy útiles para su vida adulta y para desenvolverse con éxito en la sociedad. Y estas habilidades se aprenden a partir de la experiencia y la práctica, gracias al apoyo de los padres y de las diferentes instituciones, como estamos viendo a lo largo de este artículo.
  • Cuidado con la sobreprotección.

 Un ambiente abierto que permita que nuestro hijo/a se enfrente a determinadas situaciones sociales, conflictos, etc. le permiten poner en práctica sus habilidades sociales e ir aprendiendo de sus errores, perfilando sus futuras capacidades personales en la vida social y emocional.
Por lo tanto, debemos reconocer que ambientes de sobreprotección, donde el padre o la madre provoca que el niño/a se enfrente a menor número de situaciones sociales donde poner en práctica las habilidades que van aprendiendo, tendrán un desarrollo más lento de las habilidades sociales o no lleguen a desarrollar habilidades sociales correctas que le permitan desenvolverse con éxito en su futuro social.


En caso de que fracase en algunas interacciones con sus compañeros/as no pasa nada, ya que como he dicho anteriormente, le permitirán al niño/a aprender de sus errores y perfilar sus habilidades para futuras relaciones con los compañeros/as. para favorecer este proceso, es recomendable la comunicación afectiva de la que hablábamos en apartados anteriores, la cual le puede permitir reflexionar sobre lo ocurrido, descubrir nuevas alternativas que le recomendemos, empatizar con otros puntos de vista, y en general, a aprender a gestionar mejor sus habilidades sociales y emocionales.