Todavía
recuerdo de pequeño cuando mi profesora, por mirar por la ventana el mundo que
me rodeaba, me decía irritada: “¡No atiendes a mis lecciones! ¡Castigado! ¡Vete
ahora mismo al rincón!”
Con
la cabeza gacha me dirigía hacia ese espacio de la clase donde estaba esa
incomoda silla pequeña, utilizada como módulo de tortura ante mi poco interés
por sus explicaciones.
En
otras ocasiones, me distraía hablando con mis compañeros/as, realizando
garabatos en el cuaderno o en libro, molestando a alguno de mis amigos, etc. Fuera
lo que fuera, acababa siendo descubierto por mi profesora que de nuevo me
mandaba a ese maldito rincón.
Sin
embargo, conforme más tiempo pasaba allí, más detenidamente observaba lo que en
la clase pasaba, cómo los demás trabajaban y hacían sus tareas. Mi forma de
entender ese espacio se fue transformando. Desde ese rincón todo se veía mejor,
la perspectiva que tenía allí era inmejorable, podía ver todo, absolutamente
todo el funcionamiento de la clase.
Me
di cuenta que donde me mandaba la profesora no era un castigo, sino una
recompensa, un lugar donde aprender de los demás y donde reflexionar acerca de
lo que allí pasaba.
Recordar
estos momentos hacen despertar en mí de nuevo el interés por la educación,
sobre la que tengo una especial vocación, pero que todavía, por las trabas que
encuentro en el camino no he podido aún alcanzar. Sin embargo, paso a paso lo
conseguiré, no me cabe duda, siempre y cuando los políticos den credibilidad a
la Orientación Educativa en los centros docentes.
Mientras
tanto, a día de hoy parece que sigo anclado en esa silla, desde el rincón de la
clase, viendo cómo todo transcurre siguiendo el curso del tiempo, viendo cómo
los alumnos y los profesores van creciendo y cambiando, pero no el aula, ni la
escuela, y desafortunadamente, tampoco la forma de impartir docencia. Sigo sentado…esperando…y
esperando…para comenzar a actuar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.